Bienvenida al blog

Hola, os doy la bienvenida al blog. Mi nombre es Pablo y trabajo en la escuela de un circo como profesor de infantil y primaria. Estoy realizando varios viajes al mismo tiempo: pedagógico, geográfico, literario, artístico y, cómo no, al mundo del circo. Si deseas acompañarme, me darás una gran alegría. Te invito a pasar y a que dejes tus impresiones.



Nota: comprende que el sitio está en contínua construcción, perdona si esto te ocasiona alguna molestia. Gracias.



Buscar en este sitio

Loading

lunes, 26 de abril de 2010

Vive tu propia religión



A ninguno de los presentes se le había ocurrido pensar que aquél mismo Jesús, cuyo nombre había pronunciado el sacerdote infinitas veces, acompañándolo de extrañas palabras de alabanza, había prohibido precisamente lo que se hacía en ese momento. No sólo había prohibido esa absurda locuacidad y esas brujerías sacrílegas con el pan y con el vino, sino también que unos seres llamaran maestros a otros y que se rezara en los templos. Había ordenado que cada cual lo hiciera aisladamente, diciendo que los templos no debían de existir, que había venido a destruirlos porque sólo se debía rezar en espíritu y en verdad. Había prohibido que se juzgara, encarcelara, atormentara, humillara y castigara a los hombres, como se hacía allí en aquel momento, y había dicho que venía a libertar a los presos e impedir toda violencia sobre los seres humanos.
A ninguno de los presentes se le había ocurrido pensar que todo lo que se llevaba a cabo en aquel lugar era un grandísimo sacrilegio y un escarnio al mismo Cristo en cuyo nombre se hacía. Nadie había pensado que la cruz dorada con adornos de esmalte que el sacerdote daba a besar a los presentes era la imagen del cadalso en que ajusticiaron a Cristo, precisamente porque había prohibido que se hiciera en su nombre lo que en aquel momento hacían en la capilla. Nadia había pensado que los sacerdotes, que se imaginan comer el cuerpo y beber la sangre de Cristo en forma de pan y vino, lo hacen así en efecto, pero no en esa forma, sino al tentar a “aquellos pocos” con quien Cristo se identificó y al privarlos del mayor bien y someterlos a los tormentos más crueles, ocultándoles la noticia del bien que les trajo.
El sacerdote llevaba a cabo todo esto con la conciencia tranquila porque desde su infancia se le había inculcado que esa era la verdad en la que habían creído los hombres santos de generaciones anteriores y en la que creían las jerarquías eclesiásticas y civiles. No creía que el pan se convirtiese en el cuerpo de Nuestro Señor, no que fuese edificante para el alma pronunciar determinadas palabras –no se puede creer en eso-, sino que era preciso tener fe en esa creencia. Lo que principalmente consolidaba su creencia era el hecho de llevar dieciocho años cumpliendo sus preceptos, por lo que percibía un sueldo para mantener a su hijo, estudiante de bachillerato, y a su hija, que residía en una institución religiosa.

León Tolstoi. Resurrección, Cap. 39

No hay comentarios:

Publicar un comentario