Saray abre un diccionario por primera vez en su vida.
[…]De ese modo, el idioma que oyen en las aulas y que quiere imbuírseles en ellas puede resultarles raro o ininteligible y desdeñable. He aquí el primer problema grave con que puede enfrentarse el profesor en muchos centros (y en muchas regiones; pero tampoco me ocuparé ahora de tal cuestión); la indiferencia e incluso hostilidad de los estudiantes ante una lengua más refinada, copiosa y flexible. La tentación, quién sabe si propiciada por rusonianos pedagogos- consistirá, tal vez, en abandonar y resignarse: convertir la clase en trámite de convicción. O, por el contrario, hacer frente a aquel desinterés enrigideciendo la exigencia: peligroso e injusto modo de reaccionar, que inhabilitaría para la acción necesaria.
La situación de perplejidad estuvo viva en la sociedad y en la pedagogía soviéticas durante años. Y, si no estoy equivocado, acabaron con ella los artículos que publicó Stalin en Pravda en 1950. Su esfuerzo se concentró en demostrar que la lengua no es una superestructura crecida a la economía y dependiente de ella. No debe confundirse, aseguraba el líder soviético, la lengua con la cultura: ésta puede ser burguesa o socialista, mientras que la lengua, como medio de comunicación entre los hombres, es común a todo el pueblo. Y escribía, dogmáticamente, pero con evidente razón: “Esos camaradas [quienes pensaban lo contrario] se equivocan gravemente al afirmar que la existencia de dos culturas diferentes conduce a la formación de dos lenguas diferentes y a la negación de la necesidad de una lengua única”.
La lengua debe ser considerada y tratada como instrumento. La comunicación no es su único objetivo, sino también la creación del pensamiento. Son los objetos comunicables los que Importan no los signos: pero sucede que, sin signos, no hay objetos comunicables. Y que, por tanto, la potencialidad del pensamiento es función de la riqueza y complejidad que posea el sistema sígnico, el idioma con que se piensa. Nada más absurdo que valorar la pobreza de tal sistema como atributo de clase, como arrogante emblema de un estado social, de un modo peculiar de cultura.
Un movimiento socializador, que tienda a una participación colectiva en los bienes no puede empezar desando un empobrecimiento de éstos ni de sus medios de producción. Y ocurre que, dicho en toscos términos materiales, el idioma es un medio básico de producción (cosa que ya afirmó N.J. Marr).
Fernando Lázaro Carreter El dardo en la palabra
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viernes, 26 de marzo de 2010
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